viernes, 20 de agosto de 2010

Breves pensamientos ignífugos (5)

Una rodilla
golpea mi cara.

Y sólo puedo pensar
en ti.

Breves pensamientos ignífugos (4)

La estupidez
es la cualidad
que nos hace
más humanos.

Breves pensamientos ignífugos (3)

Una abeja enfurecida
da su vida por venganza.

Es idiota.

Breves pensamientos ignífugos (2)

Unos ojos bonitos
resultan repugnantes
si los miras
demasiado
cerca.

Breves pensamientos ignífugos (1)

Un puño
que te deja sin
dientes
es menos doloroso
que unos labios
rojos y
afilados.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Una entrevista más

Mi enésima entrevista estaba concertada a las 11.30h.
A las 11.15h ya estaba allí, señal inequívoca de que algo intangible no marchaba bien.
Decidí seguir el protocolo habitual y mostrar mi faceta menos colaboradora, pero más afable y formal. No quería correr el riesgo de acabar contratado.

Como buena multinacional, me condujeron a una sala aséptica, blanca y con un ventanal entrecubierto que pretendía inspirar sosegación por los cuatro costados. Suele pasar en aquellas empresas que menos pagan: el dinero se invierte en el engaño y no en la utilidad.

Tras esperar los quince minutos de rigor, característica común que se repite en bucle indefinido entre el mando intermedio, subgénero "salvaempresas", penetró en la estancia una mujer cuarentona, terriblemente orgullosa de su paupérrima posición, y, con profesionalidad estudiada y falsario candor, se presentó bajo un estúpido nombre que no tardé en olvidar en pocos segundos.
Puse todo mi empeño en demostrar lo poco que me interesaba la situación, recurriendo a los clásicos bostezos encubiertos, las miradas perdidas, las pausas sutilmente alargadas y un tono monocorde y ajeno a cualquier predisposición entusiasta.

Lamentablemente, salí del edificio con la certeza de que el puesto era mío, por lo que decidí no utilizar el teléfono durante unos días.

lunes, 9 de agosto de 2010

Era... (Anabel Colado)

Eran cuerpos de madera, sobre los que escribir una historia completa, sin conocimiento ni causa. Eran como un ser humano recién nacido, donde esculpir cada una de las enseñanzas que los ancestros habían dejado en nosotros.

Pero no era su fortaleza exterior lo que los hacía poderosos, sino la austeridad con la que llevaban su superioridad manifiesta respecto al resto de los seres vivos de aquella civilización. Eran, lo que se puede llamar, la raza superior sobre la que construir la base del gobierno de castas de la especie. Pero eso no parecía ser importante para ellos, que seguían realizando sus tareas como si toda la vida de una comunidad no dependiera de las decisiones que ellos tomarían al finalizar el día en las reuniones reservadas a las altas esferas de las que eran líderes.

Se les dio el poder, y supieron utilizarlo. Tenían fuerza superior e inteligencia desbordada, y eso conllevó mejoras para toda una raza que podría haber crecido con penurias de no haber sabido entregar el poder a tiempo.

Es lo que se llama un aborregamiento de la sociedad útil.

Pasaron los años, y este poder fue aumentado a medida que las decisiones tomadas por los touctonitas fueron otorgando prosperidad a la comunidad. Nadie deseaba más que nadie, todos tenían los que necesitaban y se vivía en plena sensación de hermandad y solidaridad.

Unos cultivaban las tierras, otros cazaban, los más débiles cuidaban de los enfermos y los niños, y los touctonitas hacían un poco de todo, ayudando allí donde más se les necesitaba.

Las vidas comenzaron a ser más longevas, y los nacimientos más seguros, por lo que la civilización aumentó en gran medida.

La civilización seminita carecía de impulsos para la guerra, desconocían el paradigma de esta y no necesitaban de armas de fuego para ello. Tenían lanzas para cazar y pescar, y pequeñas herramientas para el cultivo; pero nunca se les ocurrió utilizarlas para usurpar el poder de los touctonitas. Estos gobernaban en paz.

El día que se levantó anaranjado, atípico para ser la época de sembrar, los touctonitas miraron preocupados el cielo. No eran partidarios de los cambios naturales. En su mentalidad recordaban datos de otras épocas pasadas en los que los humanos habían provocado cambios en la naturaleza y habían provocado que la tierra se volviera un lugar inhabitable.

martes, 3 de agosto de 2010

Mi Pasión

El rojo no es un buen color. Pensaba.
Estaba operando un quiste en el abdomen de una obesa mujer que disfrutaba de una tal cantidad de infecciones, trastornos y penalidades físicas que dudaba si merecía la pena gastar el tiempo.

Cosió la abertura. Se quitó los guantes. Se lavó las manos.
Alcanzó el párquing. Subió y arrancó.

Llegó a casa. Nadie. Encendió la televisión. No emitía. Fue a la cocina. Encendió la radio. Nada.
Suspiró.
Puso en marcha el microondas. Abrió en congelador. Vacío. Se quitó la chaqueta. La camisa. La corbata. Los zapatos. Calcetines. Cinturón.
Subió al jardín. Hacía un día precioso. No se oía un ruido. Silencio.
Más silencio. Nadie. Nada. Ni el más leve movimiento. Las diez de la noche. El Sol estaba alto.
Comenzó a sudar.

Subió al coche. Descalzo. Condujo y condujo. Horas y horas.
Estaba solo.
Solo.
No tardaría en no notar la diferencia. En cierto modo siempre había sido así.

Tenía 33 años.

Alegato por la estupidez

Es esta la historia de una persona,

quizá hombre, quizá mujer,

con algo de ambos, sin duda.


Es esta la historia de una persona,

decíamos,

que anhela no serlo.

Que ansía perder

aquello que arrastra

con odio

y desprecio: su mente.

Preclara, ambigua,

rechaza virtud, socialmente establecida.

rehuye el saber,

teme el conocimiento.


Es esta la historia de esas personas,

que cierran los ojos a aquello que son.


Y actúan en consecuencia,

buscando desconocer


y desconocerse.

lunes, 2 de agosto de 2010

Espejismo

Cae la llama. Se apaga la vela.
Oscuridad...
Recorres a tientas, estrecho pasillo. Un espejo.
Un reflejo. ¿Tu reflejo?
Te imita, se mueve, se burla...
¿Un reflejo? ¿Quién está al otro lado del espejo?
¿Quién te mira y sonríe?
¿Quién es el reflejo?
Mueca de dolor ocupa el cristal. Tuerce, se dobla, cae.
De nuevo la llama. De nuevo la vela.
¿Quién es el reflejo?
Te duermes.
¿Dormido?
Tu mirada ha muerto.

Tú eres el reflejo.

domingo, 1 de agosto de 2010

Perchas (6)

Gracias a los contratos que iba consiguiendo para surtir de armas a cada uno de los distintos gobiernos, entré en contacto con cada uno de estos grupos especiales. Comencé tanteando a los miembros de menor rango. Por definición todos eran fanáticos y/o mercenarios. Ambos servían para mis objetivos, pues el mercenario se movería por dinero, y de eso tenía, y el fanático podía ser reconducido y explotar ese fanatismo a favor de mis intereses.
Los mandos intermedios eran más duros de roer. La mayoría era lo que denominan “Hombres de Honor”, y sus creencias estaban fundamentadas en la lógica más aplastante a la que me había tocado enfrentarme en mi vida. Más allá del dinero o el romanticismo, conservaban un código ético que resultaba prácticamente inquebrantable.
Así pues decidí lidiar con los miembros de más alta graduación que, como había esperado, eran los más realistas y escépticos y con los que mejor se podía negociar dado que sus ambiciones no se quedaban atrás con respecto a las mías. Aún así, no estaban dispuestos a comprometerse inicialmente en un proyecto de tan vasta factura, por muchos beneficios económicos y de posición que les supusiera. Estaba, por otro lado, la cuestión de colaborar con el enemigo: ninguno quería aliarse con ninguno, puesto que la desconfianza era extrema y se sabían todos sin un mínimo atisbo de escrúpulos. Tuve que hacerles ver la situación desde otros puntos de vista, tales como la necesidad de recuperar aquellos valores de antaño, para liberar al Mundo de la hecatombe que le esperaba y demás estupideces retóricas. Pero el elemento clave que les decidió a apoyarme y a coordinar sus acciones entre sí fue cuando les hice entender que, si teníamos éxito, sus cuerpos y, por descontado, ellos mismos devendrían amos del Mundo. Les costó asimilarlo, se mostraron reticentes hasta el final, pero la ambición pudo más que su prudencia, por otro lado exagerada, y finalmente comenzamos a elaborar estrategias para evitar derramamientos excesivos de sangre.
El plan era tan sencillo que incluso daba risa. Coordinamos cuatro golpes de Estado simultáneos en los cuatro continentes. Los respectivos gobiernos reaccionaron contra sus homónimos de forma tan salvaje que incluso nosotros mismos nos vimos sorprendidos. La operación se nos escapó de las manos. Mi excesivo ego, unido a mi falta de prudencia, producido quizá por la edad tardía de mi cuerpo, de mente aún joven me hizo olvidar que en estos años que había estado ausente, el armamento había evolucionado por encima de lo que yo recordaba. Nuestros voluntariosos ataques fueron repelidos con más facilidad de la que nos pensábamos. En represalia, cada gobierno comenzó un ataque brutal contra los otros. Miles de murciélagos de fuego, ardillas de sangre y pelotas de tenis negras surcaron los aires enrarecidos por un hedor de muerte y destrucción.
En pocos meses, la población mundial se vio reducida a 1/3 del total. En pocos años, conformaba sólo el 9%.
Los supervivientes de aquellos escuadrones que había enviado a la muerte me buscaron hasta quedar agotados. Tuve la mala suerte de que no me encontraran.
Volví a pasear, no tenía nada más que hacer que esperar a formar parte de esa lista de bajas de más del 90%.
Poco a poco fui vadeando por caminos cada vez más vacíos. Pueblos, ciudades, carreteras…


Estoy cansado viejo amigo. Estoy muy cansado. Escribo esta carta en medio de un llano seco y despoblado, bajo un Sol de incandescente negrura que abrasa mis ya fatigados ojos. Quizá nos veamos algún día. Quizá no vuelva a ver nada más que esta oscuridad amarga que me envuelve. Quizá mi reflejo vuelva a mi lado y me lleve de la mano a coger cerezas bermellonas a la luz de nuestra desaparecida Luna.
No sé lo que pasará de ahora en adelante. Ni me importa. Yo cambié el Mundo y yo lo destruí. Y no me arrepiento de ello, pues si la naturaleza ha permitido que gente como yo exista, es porque la raza humana no tiene nada que ofrecer salvo sufrimiento a sus semejantes. Yo he logrado mi hueco en la Historia y eso es algo que no se olvidará nunca.


Hasta la vista compañero.

Perchas (5)

Al igual que en mis tiempos de juventud, elaboré un plan de empresa con los restos que mis hijos no habían tenido tiempo de dilapidar. Ante la situación de caos mundial, decidí retomar mi viejo hábito de traficante de armas, pero esta vez opté por la legalidad encubierta, y reconvertí una de las desaprovechadas fábricas de mecánica, en una considerable fuente armamentística. Gasté hasta la última gota de lo que me habían dejado en contratar personal cualificado y técnico, cosa que no resultó complicada, ya que la cuota de desempleados rozaba el 35%. Tras cierto tiempo la fábrica resurgió de sus cenizas, obteniendo más rápido de lo que creía beneficios, pues no había contado con la creciente demanda de armamento que ahora también procedía de los países ricos.
El problema del tiempo era un escollo insalvable, pues mi vejez, al no haber sido tratada durante los años del paseo, era ya irremediable. No tuve que hacer grandes cálculos para deducir que moriría mucho antes de poder volver a reconducir el Mundo. La idea de delegar mis planes en alguien se me antojó difícilmente realizable, pues la diferencia generacional era demasiado patente como para tener confianza en que se realizarían tal y como yo los tenía pensados. Sin embargo, tenía que llegar hasta donde pudiera, impulsado por un sentimiento a caballo entre el rencor y el orgullo.
La sombra de la frustración planeaba de nuevo sobre mi cabeza. Más aún cuando descubrí que mi total aislamiento del mundo había hecho que desconociese las claves de funcionamiento del nuevo orden mundial.
Los contactos y las informaciones que me habían llevado a la cima habían quedado obsoletos, arcaicos, inútiles.
Intenté entrar en contacto con nuevos dirigentes, tragándome la rabia y el orgullo bajo su patente incompetencia.
Fue inútil, pues ni ellos mismos sabían lo que hacían.
Logré sin embargo, gracias a horas y horas en los archivos que algunas de las pocas personas inteligentes se habían preocupado de mantener en funcionamiento, conseguir información, poco fiable, pero al menos orientativa, sobre la nueva conformación mundial.
El continente único que había existido en mi época se diseminó en cuatro partes más o menos equitativas. Se crearon a su vez cuatro gobiernos independientes entre sí, que entraban constantemente en conflictos armados para poder expandirse, pero el equilibrio de fuerzas era tal, que ninguno prevalecía sobre los otros, y se producía una desesperante situación de sangriento empate.
Contra estas situación cruenta habían resurgido viejos movimientos sociales en contra de las instituciones oficiales, por permitir, financiándolos, estos combates sin sentido. También en contra de los mismos gobiernos por su estúpida ceguera política y bélica.
Los movimientos religiosos también habían sufrido escisiones del que había creado yo. Existían principalmente tres dioses distintos, con su propio culto, amén de un movimiento humanista que, con gran satisfacción por mi parte, recuperaba parte de aquel ideal característico que quise fomentar.
En cuanto a situaciones no oficiales, logré encontrar clasificaciones sin demasiado fundamento de los negocios sucios que más imperaban en la época. Aparte del rentable tráfico de armas, había recobrado vital importancia el de drogas, recuperando ciertas zonas del planeta el poder que habían perdido mucho tiempo antes, y constituyendo principal fuente de financiamiento “no oficial” de dos de estos gobiernos que te mencioné antes. El resto de acciones ilegales se limitaban a pequeñas refriegas entre pequeñas mafias de carácter local o regional, pero con una influencia delictiva escasa.
Lo que si me interesó en sobremanera fue la instauración de nuevos mecanismos de defensa. Se crearon cuerpos especiales que aunaban policía, bomberos y ejército. Estaban conformados por hombres todo terreno que no tenían más miedo que de ellos mismos. Pensé que si era capaz de hacerme con el control de uno de estos cuerpos (existían cuatro, uno por gobierno) podría albergar alguna esperanza de cambiar de nuevo el Mundo. “Dadme un puñado de hombres que no conozcan el miedo y dominaré el Mundo”. Esta era una frase que había oído no sé dónde y que ahora cobraba algo de sentido.
No necesitaba más para poder comenzar.

Perchas (4)

Un día, me sorprendí mirándome al espejo. No tenía reflejo.
Miraba y remiraba. No tenía reflejo.
Lo busqué, muerto de miedo, por todos los rincones de mi mansión, pero el reflejo no aparecía.
Llamé a mis sirvientes, a mis mujeres (en plural, pues había decidido crear también un nuevo orden religioso que aunara características de todas las religiones existentes, bajo mi propia supervisión, por lo que me pareció que la poligamia que honraba el Islam era característica obligada de formar parte de esta nueva creencia religiosa, que tomaba como dios al propio ser humano, ejemplificado en mi persona), a mis dos docenas de hijos y buscamos por las ciudades, pueblos, campos… pero el reflejo seguía sin aparecer.
Preguntamos a todo aquel que nos encontramos, dando numerosos detalles de cómo era mi reflejo. Nadie lo había visto.
Tras años de búsqueda, abandoné toda esperanza de hallarlo, y decidí encerrarme en vida, convencido de que la pérdida de mi alter ego no podía sino ser señal inequívoca de que me aguardaban desgracias futuras, que ni mi poder, ni mi dinero podrían subsanar.
Abandoné todo lo que había logrado. Abandoné mis riquezas, mi trono, mi familia, mis lujos, mis animales, mi Mundo.
Me fui a dar un paseo que duraría décadas.

Durante el tiempo que estuve fuera, el Mundo cayó en la degeneración que produce la falta de un poder estable. Las instituciones globales que conformaban y dirigían la economía mundial cayeron en manos de la apatía y la consecuente corrupción. Resurgieron movimientos religiosos alternativos al único existente, comenzando una nueva división de la Sociedad. La institución informal regentada por botarates, se fragmentó en numerosas alas, cada cual diferente entre sí, cada cual igual a la otra. Los negocios de contrabando resurgieron: volvieron los tráficos de drogas sin control, que pervirtieron más de lo aconsejable a la población, volvieron las guerras descontroladas bajo nuevos motivos de lucha, volvieron los juguetes defectuosos. La explotación de una parte de la Sociedad sobre la otra se volvió a hacer excesivamente explícita. Volvió la política, mal de tiempos pasados. Volvió todo aquello contra lo que había luchado o había escondido al Mundo.

Caos.
El tiempo perdió significado para mí. Las horas eran confundidas con semanas, los días, con años.
Caminaba, paseaba desde hacía mucho tiempo por en medio del mundo que veía desmoronarse. El mundo que había logrado estabilizar se fragmentaba en pequeñas culturas que se espaciaban entre ellas no sólo geográficamente, sino culturalmente, socialmente, genéticamente. Se formaron nuevas razas. Se abandonó paulatinamente el pensamiento único. Nuevas creencias sustituían a las que había creado con tanto afán.

No existía un motivo para regresar, y sin embargo lo hice.
Volví viejo y cansado. Asqueado. Harto.
Volví sin poder. Apenas con unas cuantas riquezas. Demasiado frustrado por la pérdida del reflejo, por la pérdida del mundo, como para intentar reconducirlo de nuevo.
Me limité a regresar a una de mis casas, la más humilde, apenas un millar de metros cuadrados, que se fueron reduciendo a medida que me encerraba en un mundo de recuerdos y desolación, aferrado a un pasado que ya no me pertenecía.

Llegó el día en que olvidé la edad que tenía. Olvidé el día en que había nacido.
Fue el mejor día que recuerdo. Posiblemente es el único día que recuerdo con cariño y no con la amargura que profesa el sentimiento de desposesión al que me había acostumbrado.

Me levanté sin prisas y decidí que, ya que no podía remediar los acontecimientos negativos que habían relegado mi existencia al olvido, al menos lograría recuperar el protagonismo que me correspondía de pleno derecho.

Perchas (3)

Sin embargo a todo este poder le faltaba algo que hacía esta vida un tanto más sobrellevable: legitimidad. Necesitaba que la Sociedad pensara, actuara, creyera como yo lo hacía. No porque se viera obligada. No porque viviera atemorizada. Había de seguirme por propia voluntad, por propio convencimiento de que mi forma de ver el mundo era la correcta.
¿Cómo conseguirlo?
Puesto que era capaz de controlar gobiernos, había de ser capaz también de controlar aquellas instituciones que controlaban legalmente estos gobiernos. El problema principal radicaba en la existencia de diferenciadas instituciones, muchas de ellas inconexas entre sí.
De modo que el primer paso había de ser lograr que todas estas instituciones se aunaran en una sola, cosa difícil incluso para mí.
Comencé por controlar aquellas en que la capacidad de voto era atribuida en función de la cuota que se pagaba como miembro. Dada mi enorme fortuna, no resultó complicado conseguir que mi país deviniera la potencia con mayor derecho a voto.
Resultó que, después del control infrasocial, estas instituciones eran las que ejercían mayor influencia en el Mundo, puesto que maniobraban a escala global, conformando según conveniencia de los países “con más derecho a voto” las economías del planeta.
Por supuesto, existían instituciones alternativas, tanto oficiales como informales. Las primeras no supusieron grandes dolores de cabeza, puesto que si controlaba las más importantes a escala económica, el resto habría de adaptarse sin remedio a mis directrices, so pena de quedar excluidas de la futura conformación global, que eliminaría las fronteras y uniría todos los países en uno.
Las segundas resultaron un tanto más complejas de varear. Lamentablemente, existían demasiadas de estas organizaciones, cada una de ellas con no menos razones que las otras para esgrimir sus recursos al orden existente y a cualquiera que se quisiera instaurar, sobretodo si este instaurador era un empresario sin escrúpulos que lo mismo te vendía perchas, que ponía un fusil en las manos de un crío.
El camino a seguir era la eliminación de todas estas organizaciones, principalmente de aquellas que no dependían de las subvenciones estatales. Se había de dejar sin embargo una o dos de estas instituciones para que la gente tuviera una vía de escape ante posibles problemas. La existencia de éstas estaría siempre bajo tutela de los organismos oficiales, es decir, bajo mi tutela.
La desorganización e incoherencia que reinaba en la gran mayoría de estas instituciones informales, facilitó lo que me temía iba a ser trabajo de negros. Se tuvieron que apretar muy pocas clavijas para que éstas cayeran por su propio peso. La idea principal fue mantener aquellas dos o tres organizaciones plenamente coordinadas y forzar la marcha de los miembros de las otras a éstas. De este modo, teníamos todos los ratones en jaulas específicas y bien controlados. A partir de esta consecución, doblegar a los miembros de las más importantes organizaciones no iba a ser sencillo, por lo que ni siquiera lo intenté. Tenían tan arraigadas sus creencias que opté por aprovecharme cuanto pudiera de ellas, en lugar de luchar en contra. De este modo, conseguí canalizar las protestas de estos miembros hacia mis métodos, mediante la consecución de proyectos humanitarios, de educación, sanitarios, y un largo etcétera. Firmé hasta la saciedad (no sin cierto regusto irónico) tratados de compromiso para luchar contra el tráfico de armas, que hacían posible que continuaran en vigor guerras cuyos motivos ya se desconocían, guerras que suponían la desaparición de más de un 3% de la población mundial cada década. Me comprometí asimismo a zanjar toda actividad explotadora, como por ejemplo mis sucursales de juguetes en Malasia y a garantizar el respeto de los derechos humanos.
El éxito, aunque no total, si fue notable. En pocos años logré que la existencia de estas organizaciones se redujera a una única, de la cual yo era el principal gestor.
La gente comenzó a asimilar los nuevos cambios en el orden mundial. Mi figura se revalorizó, esta vez dentro del marco legal, por lo que mis negocios alternativos los ejercía ya más espaciadamente y por mera diversión.
Seduje a los sectores más pobres con agasajas y baratijas, simples hechos simbólicos que mejoraron sus situaciones muy poco, pero la clave fue hacerles creer que habían sido afortunados al inmiscuirse en esta nueva era.
Lentamente, pero sin tiempo para pausas, se comenzó a gestar uno de los proyectos que tenía en mente desde mi “alzamiento” al trono mundial. Logré que se conformara un gobierno global, que absorbiese todas y cada una de las sociedades existentes bajo una misma doctrina. No resultaba fácil, ya que se habían de tener en cuenta aspectos que nada tenían que ver con el dinero, mi principal fuente de vida. Aplastar culturas e identidades, sumirlas en una nueva corriente ideológica y social, la mía, suponía un esfuerzo y una cantidad de tiempo que no podía ser asimilado, sino fuera porque, gracias a los avances de la ciencia médica, logré perpetuar mi longevidad a lo largo de más de dos siglos.
Vencida la batalla del tiempo, no tenía más que seguir paso a paso, insistiendo cuando había de hacerlo, dejando madeja cuando era necesario, aguardando acontecimientos, o provocándolos. Mi paciencia dio sus frutos. Conseguí lo que parecía imposible: el pensamiento único. Todo el planeta seguía unos mismos valores, una misma ideología. Me convertí finalmente en el dictador mundial que siempre había querido ser.
Tenía el Mundo en mis manos tanto a nivel oficial, como a nivel infrahumano. Ninguna voz se alzaba contra mis opiniones.

Perchas (2)

Tantos trapos caros y de diseño bien habían de colgarse en algún sitio, ¿qué mejor lugar que en un armario caro y de diseño, con perchas caras y de diseño?
Rápidamente la empresa se centró, única y exclusivamente, en lograr tratos con las grandes firmas de ropa existentes.
La contratación de dos diseñadores esnobs para los nuevos modelos de perchas acabó rápidamente con las ganancias que habíamos conseguido hasta la fecha. El sacrificio, sin embargo mereció la pena, pues los modistos y grandes diseñadores quedaron encantados con nuestras nuevas colecciones, y el primer catálogo “con estilo y personalidad digna del comprador sofisticado” (slogan a mi parecer patético, pero que hizo subir los pedidos como la espuma) fue manoseado, leído, saboreado por cientos de personajes de más o menos relativa importancia social, que son, salvo tristes y esperpénticas excepciones, los que al final sueltan la pasta a la que aspiraba.
Esta gentuza me proporcionó no sólo considerables sumas de dinero, sino que me las proporcionó rápidamente, permitiéndome entrar en contacto con altas esferas de la Moda primero, y gente más interesante después. No tardé en lograr el primer paso hacia la inmortalidad: la fama. El equipo de la fábrica funcionaba a las mil maravillas, lo que nos permitió llevar adelante nuestra más prevaleciente meta: la expansión del negocio. Se fueron sucediendo las construcciones de nuevos edificios, se fueron sucediendo las nuevas incorporaciones, se fueron sucediendo los beneficios. Crecimos enormemente en poco tiempo, gracias a fuertes campañas de elitismo: nuestras perchas eran las únicas. Toda aquella firma que no utilizaba nuestro material era de carácter inferior. Se habían de ver forzadas a comprarnos, aún siendo nuestro género de peor calidad que la mayoría de nuestros competidores, por el simple hecho de que nos utilizaban los “grandes”.
Aún no me había quedado calvo y ya era uno de los hombres más ricos del planeta, con sucursales en todo el Mundo, principalmente en el Tercero, donde gracias a la explotación desmesurada de hombres, mujeres y niños lográbamos llevar adelante nuestras expectativas de producción, abaratando hasta un 40% los costes. Los problemas que nos produjeron organizaciones a favor de los Derechos Humanos y demás estupideces los subsanamos mediante una simple maniobra legal: la subcontratación. Contratábamos a otra empresa, que nos ofrecía el servicio de manufactura que necesitábamos. Si surgía algún problema, nosotros no nos hacíamos responsables, ya que desconocíamos los métodos utilizados por esta “sub-empresa” para la fabricación de las perchas.
Mi poder se vio aumentado cuando comencé a frecuentar fiestas de sociedad, en las que conocí toda aquella gente interesante a la que mencioné anteriormente. Las reuniones de negocios se sucedían en estos eventos a velocidades meteóricas. Conocí grandes empresarios hasta hartarme, metidos en mil y un negocios. Fue en una de esas fiestas en las que conocí a algunos de los mayores contrabandistas de todo aquello con lo que se pudiera traficar: tabaco, armas, drogas, maquinaria, teléfonos de plástico “made in Taiwan”...
Como no podía ser de otra forma, comencé a hacer mis pinitos en esto del estraperlo. De este modo, me decidí por el tráfico de armas. Así conseguía aumentar más si cabe mi fortuna, a la vez que convertía la vieja empresa de perchas en una consagrada multinacional, en la que se fabricaba desde las irremediables perchas, hasta juguetes mecánicos, automóviles o medicamentos. Fue precisamente idea mía iniciar la fabricación de medicamentos, pues si alguna vez me veía en un aprieto con mis otros negocios, era interesante disponer de algunos técnicos que cambiaran las armas por las drogas, e, incluso, se podría dar el caso de ofrecer “por la compra de dos tanques, un Kg. de cocaína gratis. No desaproveche la ocasión”.
El tráfico de armas me colocó en una posición encomiable. La rapidez y discreción con que se hacían efectivos los pedidos me valieron una lista de clientes que engordaba por días. Desde arsenales privados, ya fuera para coleccionistas o para esquizofrénicos, a gobiernos subdesarrollados o subnormales, todos habían oído hablar de mí.
La necesidad te otorga poder. Me convertí en un hombre muy poderoso, a la vez que mi desconfianza y mi seguridad aumentaban a base de talonario.
Tal era el poder, que aniquilaba todo lo que se interponía en mi camino, sin ningún tipo de miramientos. Fui capaz de derrocar gobiernos que no pagaron mis tarifas, fui capaz de mandar asesinar presidentes que luchaban contra el tráfico, y, posteriormente, a todo aquel mandatario que pretendía imponer leyes contrarias a mis negocios, ya fueran limpios o no, fui capaz de hundir economías de países que estorbaban mis operaciones o que, simplemente, me caían mal.
Con el tiempo también acabé con los rivales del mundo subterráneo que me había formado. Otros traficantes, ladrones, asesinos, embaucadores... acabé con ellos con la misma facilidad que con los representantes públicos, con la ventaja de que por ellos no hubieron demasiadas preguntas, una vez me limite a seguir costeando, sin gran perjuicio para mi liquidez, las deudas de los gobiernos hacia esta escoria.
Me convertí, pues, en la persona más poderosa de la Tierra. Hacía y deshacía a mi libre capricho países, gobiernos, instituciones y movimientos sociales.

Perchas (1)

La vida es un juego
cuyas reglas aprendes
si saltas a ella
y la juegas a fondo


Frank Herbert

Cuando somos buenos, nadie nos recuerda.
Cuando somos malos, nadie nos olvida.


Jason Mariner

Todo gran camino comienza con un pequeño paso

Confucio

La cordura no depende de las estadísticas

George Orwell




No sé quién eres, y tampoco me importa.

Ante la desolación que me rodea en forma de absoluto vacío, el hecho de tener alguien en quien depositar renovadas esperanzas, aunque ese alguien sea una ficción, o, cuanto menos un ente que no puedo ver, sentir, y que ni siquiera puedo adivinar si existe o no, resulta motivación suficiente para considerarte un amigo al que puedo narrar como he conseguido arrasar con la Humanidad y lo poco culpable que me siento.

No te voy a explicar toda mi vida, ya que ésta no tiene nada de particular. No soy aquel tipo que se “ha hecho a sí mismo”.

Nací siendo ya hijo de un personaje importante en el mundo de los negocios. Mi padre tenía montado un verdadero paraíso mercantil, en base al objeto más simple que se te pueda ocurrir, y, por tanto, más necesario en esta vida: perchas. Lo primero que puedes pensar es que la construcción de estos enseres resulta tan extremadamente barata que es impensable que alguien pueda alcanzar cotas de considerable popularidad en asuntos de mercado. Sin embargo, mi padre siempre fue así, era capaz de llevar adelante negocios más insospechados que vender polvorones en el desierto. No sólo fue capaz de ganarse la vida con su fábrica de perchas, sino que, además, se la ganó con holgura, diversos almacenes, dos residencias y numerosas amantes, incluida mi madre.

A su muerte, nada trágica por descontado, sus negocios pasaron, tras alguna que otra disputa con otro par de hijos bastardos que aparecieron para participar en el testamento, a mis manos, no sin gran alegría por mi parte.

Mi primera medida como dueño fue hacer un reajuste de plantilla, esto es, despedí a todos los trabajadores que habían colaborado tantos años con mi predecesor, sin excepción alguna. Segunda medida: contratación de sangre nueva, publicistas, material técnico, economistas.

Elaboramos un plan de empresa, que acabara con ese entorno pseudo-familiar que existía, para dotar el negocio de mayor competitividad, por tanto, para cimentar las bases de la nueva época en la expansión absoluta y sin miramientos.

Así pues, comenzamos una carrera salvaje en busca de nuevos e importantes clientes que satisficiesen nuestras ansias de poder y fortuna.

Los viejos clientes de mi padre se mostraban reacios, cuando no desconfiantes ante el nuevo cariz que había tomado la empresa. Muchos de ellos, canosos y acomodados en la rutina de su futuro retiro, rompieron sus relaciones con nosotros. En menos de dos meses había logrado perder la práctica totalidad de la cartera que había costado años de trabajo a mi padre conformar.

Mis asesores no paraban de aconsejarme que incidiera en campos de la sociedad aún no explorados, mercados, según ellos “encerrados tras el velo de la ceguera racional”. Dada mi hijoputez extrema, pero la marcada falta de vocabulario que sufría, después de consultar un par de diccionarios, decidí aventurarme en terrenos en los que mi padre no había ahondado profundamente.

Probé con el deporte, procurando conseguir exclusivas, en cuanto a perchas se refiere, de todas las instalaciones deportivo-lúdicas en o por construir. La idea resultó, llegando las primeras ganancias netas.

Pero nuestro objetivo, mi objetivo, apuntaba más alto que limitarme a conservar exiguos (benditos diccionarios) beneficios.

Seguí adentrándome en numerosos ámbitos, con notables y/o vergonzosos fracasos. Hasta un buen día en que, tras chocar con una farola al caminar distraído por las piernas de una valla publicitaria, me vino a la mente el más rentable de los campos sociales para un vendedor de perchas: La Moda.