lunes, 28 de junio de 2010

Un alto para el Camino... de Santi

Se da por terminada (por el momento) esta parte del blog dedicada a grandes (o no) autores anónimos.

Durante el mes de julio iré colgando escritos, crónicas, correos electrónicos... es decir, todo lo que ha ido llegando a mis manos relacionado con las experiencias vividas por los peregrinos que hicimos el Camino de Santiago con la SER entre el 21 y el 30 de mayo pasados.

Espero que, aquellos que fueron compañeros, los disfrutéis y participéis, para que podamos conocer aquellos aspectos que se nos escaparon en ruta.

Y los que no fuisteis, os jodéis, pues fue un lujo.

jueves, 24 de junio de 2010

Esos ojos negros... (Rafa Valbuena)

Incandescente negrura, pequeña, incluida en sí misma,
navegando en el tibio pardo de lo ovular,
recatado por la nada blanca de textura arañada.
Fuego líquido hecho lágrima.
Sangre rasgante del vacío.
Chocolate.

Esa juventud… (Santi Bastos). Retocado

Una onza. Un mechero. Una llama. Una azul llama. Una azul anaranjada llama. Menudencias. Un papel. Un fino papel. Un blanco y fino papel. Hojarasca. Bicolor hojarasca en el blanco y fino papel. Menudencias entre la hojarasca. El papel enrollado. Un extremo cerrado. Una llama. La azul anaranjada llama. El extremo libre arde. Una inspiración. El extremo libre brilla. Una exhalación. Una fina cortina de humo huye. Un proceso mecánico. Monótono. Repetitivo. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis veces. Ojos vidriosos. Cara risueña. Sonrisa perdida. Injustificada. Sonrisa al fin y al cabo. Un tanto picaresca. Un temblor de tierra. O eso parece. Luces y sombras. Lejanas palabras. Sonidos huecos. Sensación de bienestar. De supremacía. De omnipotencia. El Mundo a los pies.

Tres horas. Tambaleo. Parloteo incesante. Ininteligible. Balbuceante. Mareo. Semi-inconsciencia. Un atisbo de vómito. Vómito. Inconsciencia. Golpe. Oscuridad. Silencio.

Mañana es domingo.

Una decisión (Beatriz Teva)

Un veloz coche rojo cruza la ciudad a toda pastilla. En su interior, lágrimas rojas de impotente rabia afloran de niñas vidriosas que resaltan en un rostro conformado por esa madurez infantil que reflejan las gentes que sufren demasiado cuando alcanzan atisbos de felicidad.
Acelerón tras acelerón van quedando atrás recuerdos turbulentos que alternan con escasas situaciones placenteras. Apenas una década de vivencias borrada a más de ciento ochenta.
Un pueblo, otro, una ciudad. Carretera...
Día y Luna. Noche y Sol. Agua intercambiable por el entorno.
Recuerdos, recuerdos, vivencias, mis hijas...
Mi casa, mis padres, amigos, mi vida...
Pastel que nunca debió cortar. Rutina y miedo...
Horas, semanas, años de angustia...
Valor desperado, teñido de rojo, producto de golpes.
Horas, semanas, años de angustia...
Recuerdos, recuerdos, vivencias, mis hijas...
Teñido de rojo... un veloz coche rojo... lágrimas rojas...
Aprieta los frenos hasta dolerle los tobillos.
Aspira, suspira, acelera.
Paz en caída. Agua intercambiable por el entorno.
Acantilados, Mar, Eternidad...
Mis hijas y yo. Mis hijas...
Yo.

Título apropiado (Javier Márquez). Retocado

Sube y sube. Roza. Gime. Ríe. Respira hondo. Se eleva hacia un punto desconocido. Y en un momento todo se olvida. Se pierde la noción de espacio. De tiempo. De vida. El aire se hace denso. Pesa. Se corta la respiración. Los ojos giran en redondo. Todo da vueltas. El equilibrio atemorizado se refugia en el punto más recóndito del oído. Incluso llegas a gritar.

No es de extrañar que algunos prefieran el fútbol.

Ausencia (Cristina Rueda)

No está

Lo castaño se ha vuelto oscuridad. Vacuidad. Nulidad.
Lo azul, vidrio. Una transparencia donde apenas la luz consigue ver un espejismo de silueta. Una silueta delgada, fláccida. Una silueta donde resaltan el castaño del cabello y el azul de los ojos. Un castaño vuelto vidrio. Un azul vuelto vacuidad.

No está.

Elegía en el salón de belleza (Cristina Rueda)

Baila. Sin duda alguna está bailando.
Se eleva. Cae. Revolotea.
Baila.
Suavemente. A merced de una brisa imperceptible, producida, tal vez, por una compulsión de puro nervio.
Baila.
Rompiendo la monotonía. Potenciando la arritmia. Propugnando el desorden, la libertad.

La libertad...

Las tijeras hacen efecto. Cae. Moribundo. Al respaldo. Al suelo.
Y finiquita en un triste vertedero.
Y deja de bailar.
De ser libre.

De ser.

3 tiempos para una duda (Alberto Sanahuja)

He soñado que me asesinaba a mí mismo.
Vestido de negro, con un pequeño puñal malayo y con la sonrisa más salvaje que he sentido en mi vida me cernía sobre un yo mezcla extrañeza, mezcla terror; mientras mis ojos relucían bajo un amarillo escalofriantemente brillante.

He soñado que caminaba entre la nada.
Siguiendo una acera eterna, rodeada de un tremendo espacio blanco hasta donde alcanzan mis ojos; resonando lenta y potentemente mis suaves pasos bajo un ritmo apático y cansino, abatido; viéndome por la espalda como una silueta difuminada de la que resbala una lágrima sobre un rostro mal afeitado, donde los ojos denotan una tristeza tal que hiela mi sangre, sangre en la que se convierte esa lágrima osada que practica caída libre, reventando en mil transparencias que tiñen de rojo esa acera por la que mis pasos continúan hacia lo indefinido; mientras una mirada azul turquesa se eleva sobre mi cabeza, superponiéndose al fondo negro que subyuga el blanco vacío.

He soñado que volaba convertido en cóndor.
Mi pico potente se adelanta a unos ojos negros, inexpresivos, que no miran, pero ven.
Mis alas, mezcla de gris y negro, se abren bajo un suave viento que azota mi pequeño rostro. Planeo sobre picos y cumbres afiladas, nevadas, verdosas, salpicadas de roca. Busco no sé qué. Me abalanzo de golpe sobre algo, sobre un animal que no alcanzo a distinguir. Lo levanto con mis garras y lo dejo caer para que se estrelle contra las piedras. Desciendo majestuosamente y arranco un pedazo de carne, que engullo mientras la sangre chorrea por mi emplumado pecho.

He soñado tantas veces que estaba despierto y vivía.

¿O soñaba?

Crónicas preconcebidas (Juan Sereno)

Y cuentan que parte del cielo volviose una incandescente bola de negro fuego, que, abalanzándose con furia sobre la desprotegida pradera de seca hierba, hizo del suelo un pasto de llamas y humo, que envolvió a hombres y a animales, casas y cuadras.

Y dicen que estallaron millones de voces al unísono, reclamando auxilio, pidiendo piedad. Voces y llantos. Llantos de mayores y criaturas. Llantos y voces que venían de abrasados cuerpos cuya piel se tornó ceniza, y cuyos huesos volviéronse polvo. Ojos estallando en lágrimas de profundo dolor y miedo.

Y narran que donde el fuego no atacó únicamente había un hombre. Un solitario vagabundo, errante eterno de imposibles caminos. Escuálido y endeble saco de huesos cubierto de harapos y colgantes jirones de sucias y dispares vestimentas.

Y aseguran que fue el único hombre que hubo por siempre en el Mundo. Un ángel caído sin alas que se salvó de la justiciera quema del Infierno. Una justicia formada bajo los pilares de la más injusta de las selecciones y segregaciones. Una selección unitaria que condenó a la vida a una eternidad breve y dolorosa bajo el haz de las tinieblas.

Y explican que cuando hallaron este escrito, había a su lado un cadáver enterrado en un arcoíris de cápsulas regadas de ginebra y ron.


Cuentan, dicen, narran, aseguran, explican tantas cosas...

martes, 22 de junio de 2010

Informe de un cadáver (Manu Gracia)

Realmente no era muy alto.
Era un enano.
Tenía unas piernas ridículas que apenas sostenían su cuerpo, que se balanceaba patéticamente cada vez que daba un paso. Parecía una campana desviada.
La cara no era precisamente una obra de arte.
Dos diminutos ojos de cómic apenas se entreveían bajo un bosque oscuro y enmarañado que se formaba donde las cejas no aparecían.
La nariz mostraba sus raíces que afloraban asquerosamente esparciéndose en el vacío, pendulando sobre el morro. Tenía una forma de gancho machacado que acaba en una puntiaguda verruga llena de pus.
De la boca emanaba un efluvio pestilente donde azufre y podredumbre tenían cabida. Tenía una docena de dientes cariados, de un total de veintitrés. Tiras de baba caían en cascada resbalando por la barbilla, arrastrando a su paso enormes cantidades de vello camino del pecho, donde cicatrices y suciedad pugnaban por tener la hegemonía.
Una enorme y repugnante barriga colgaba por encima del cinturón, plegándose en torno a unos escabrosos michelines que contrapesaban, forzando la desviada columna que configuraba su espalda.
Agujeros, descosidos y sospechosas manchas amarillas y marrones configuraban su vestuario, donde el color originario había sucumbido a manos de salvajes punzadas multicolores, predominadas por un verde pastel.
A su alrededor se encontraron desconocidos potingues disueltos en mil y una sustancias que habían corroído mesa y sillas. Revistas de dudosa reputación colgaban de los lugares más inverosímiles, junto a extrañas fotos de oscuras cavernas salpicadas de algo rosa dulzón.

Pistolas y cuchillas no fueron encontradas.

Jornada laboral (Mercè Sánchez)

Las siete. Suena el despertador. Comienza un nuevo día.
Me cuesta desemperezarme. Siempre me ha costado. Las siete y media. Me levanto y me bebo los restos de ginebra de anoche. Disparada hacia el coche.
Llego a la oficina. Las ocho y diez. Tarde. Bronca. Hoy he de tomar un avión. No sé dónde. Me es indiferente. Cojo mi billete y me dirijo al aeropuerto. El viaje resulta corto. El avión es bonito, siempre he imaginado que moría en un avión como este. No hay muchos pasajeros, sólo compañeros. En unas horas llegamos.
Un estúpido tiralevitas sostiene un cartel con mi nombre. Tienen un coche esperando. Media hora bajo el fuego y me encuentro en un destartalado edificio que es volado ante mis ojos. Salto del jeep, cámara en mano. Los cadáveres abundan. Buenos planos. Un soldado saca unas piernas bajo unos escombros. Simplemente unas piernas. Un plano de su cara. Una buena foto.

Setenta y dos fotos en una hora. Un buen trabajo.

Los peligros de una noche irreverente (José Luis López)

Estás mareado.
Recuerdas vagamente luces de neón. Láseres. Sombras. Siluetas. Una boca de blancos dientes. Humo. Hielo. Mucho hielo. Un vaso roto.
Recuerdas una cara feroz, irritada, amenazante. Un sonido apagado de palabras sin sentido. Oscuridad. Lagunas. Nada cierto, nada falso. Olvidas como se recuerda.
Pero tienes una imagen fija en la mente. Un color. Un intenso color. Mucho color.
Y miras hacia abajo y notas humedad. Algo chorrea por tu camisa cuerpo abajo. Algo rojo. Pero no sabes muy bien qué es.
¿Vino quizá?

Hastío (Toni Martos)

El irreverente desprecio de la chusma político-social que potencia en sobremanera la intolerancia, el ridículo, la estupidez, el, la,... no es un buen invento.
Nada lo es.
Las palabras confunden en gran medida el intelecto. Y el intelecto es fácil de confundir dada la sumisión de la esperanza al desasosiego, de la humana sensación de pesar, de impotencia, de miedo y de rencor.
El horror, el fracaso, el vacío del futuro produce distanciamento. Cada cual lo profesa como mejor puede. Pocos consiguen evitarlo.

Es increíblemente precioso el saberse humano. Es increíblemente terrorífico el saberse humano. Bestia disfrazada de alma. Instinto básico.
Petulante disposición para la pedantería desmedida.

Payaso.
Incluso cuando tienes razón.

Payaso.
Incluso cuando el resto se equivoca.

Equilibrista.
Incluso cuando te conviertes en el pastor.

Cirquero.
Incluso cuando te conviertes en Dios.

Incluso cuando te conviertes en Dios...

Perogrullada 3 (David Ramos)

Irrompibles hilos de marioneta que, salvo tentaciones esparcidas por filos de cortante papel, manipulan subliminalmente toda cosa interrelacionada con uno mismo, hacen de la estupidez, consciente, o, generalmente, inconscientemente, un abasto de raudales de presunta inteligencia: Erudición, peroratas, vacías palabras al fin y al cabo que jamás vienen acompañadas, siendo olvidadas, masacradas, irrespetadas, hasta que, simulando al Ave Fénix, renacen del baúl de la presunción y la falsa preocupación que nos infringen educación y entorno social.
Aquellos filos de cortante papel pertenecen a muchos de estos reencuentros, pero la palabra es la reina de la presumida ignorancia que emerge de la petulancia, prepotencia o vaya usted a saber que término emplear.

Tres, dos, uno, cero. ¿Dónde nos encontramos ahora? ¿En el 1,5? Del dicho al hecho...
Idealistas forman el conglomerado maldito. ¿Cambiar? ¿Por qué? Drogas, alcohol, sexo, ocio... Control, voces apagadas o confusas. Éxito.
Es un instrumento realmente bueno.

El escritor es el peor vestigio de la maldad humana.
Y ahí nos incluimos todos. Incluso los idealistas.

lunes, 21 de junio de 2010

Ardor, ferviente ardor (Rubén Zamora)

Corrió, corrió...
Calles, caminos, calzadas...
Persiguió el Sol allá donde se escondía.
Jamás vería ya la Noche, siendo la Luna una desconocida para sus ojos.
Quemados. Fatigados. Viejos. Olvidados...
Sus ojos...
Vidrio y agua. Esmeraldas y azabache.
Agua, esmeraldas...
Sueña. Sueña que sueña. Soñando. Llorando. Riendo.
Sintiendo...
Sus ojos...
Sus labios...
Su cuello...
Sus pechos...
Sus piernas, su espalda, su vientre...

Su sangre.

Cruel infidelidad (Rubén Zamora)

El chirrido de la puerta le produjo un escalofrío que le llegó hasta la médula. No se atrevió a chillar. Ni siquiera a hablar. Le costaba esfuerzo respirar. Solo en esa casucha destartalada. Indefenso. Empotrado en una cama que odiaba desde niño. Esperó. Un leve ruido, breve pero claro, aumentó su tensión. Sus músculos se contraían violentamente. Sus ojos perseguían con ávida angustia cada oscuro rincón de la habitación. Nada. Ni una sombra, ni una mínima silueta delatora. Sabía que no estaba solo. Un suave golpe le dirigió la mirada a la puerta. Alguien estaba entrando. Nada a mano para defenderse. Un nuevo golpe avisó de la intrusa entrada. El miedo le impedía hablar. Unas cuidadas manos se enfundaron en unos lujosos guantes de terciopelo negro y gris. Unas manos pequeñas. Unas uñas suficientemente largas como para delatar la feminidad de la poseedora. Un suave alambre apareció entre el terciopelo encubridor. Un alambre sabiamente tensado. Un alambre que se acercaba más y más. Que se enrolló a su cuello. Que se aplastó con furia contra su piel. Una piel que no tardó en enrojecerse. Una rojez que no tardó en convertirse en líquida. El dolor era insoportable. Movía las manos en desesperados intentos por salvar la vida. Un brusco ademán despejó a la intrusa de su protección facial. Unos bonitos ojos azules, entrecubiertos por un voluminoso cabello castaño. Unos ojos fríos. Que no demostraron sorpresa, sino furia. Una leve torsión de la boca que acompañaba a esos ojos le indicó que todo había acabado. Un único pensamiento afloró en su cabeza. Un último aliento. Una pregunta. ¿Por qué? Una pregunta que se repetía, mientras un charco de sangre cubría el lecho.

Físico Amor (Rubén Zamora)

Se abrazó a mí con tanta ternura, que no pude resistirme.
Noté sus suaves brazos recorriendo mi espalda. Su aterciopelada piel rozó mis cicatrices. Su aliento cálido resopló entre el hueco de mi camisa.
Sus ojos se posaron en mi mirada con tanto candor, que tuve que bajar la cabeza hacia sus hombros. Apoyándola en ellos. Agarrándola con fuerza, con rabia, con desesperada consciencia de tenerla suelta.
Un nudo junto a la nuez me obligaba a tragar saliva. Me temblaban los labios.
Mis brazos resbalaron hacia su cintura. Me abracé con fuerza, sintiendo su vientre contra mi rostro, mientras algo parecido a lágrimas resbalaba, tiznando su vestido gris de húmeda tristeza, que se iba tornando bermellona sin que pudiera evitarlo.
La vida se me escapaba por las pupilas.
Las manos me cayeron al suelo como si fueran losas mortuorias. Me fracturé las muñecas, que ya no sentía. Las rodillas me fallaron y caí sobre los codos.
Mis oídos sangraban abundantemente, compitiendo con la nariz por manchar mi ropa.
Levanté la cara y la miré directamente al Alma.
Y no vi nada.
Nada fue lo último que vi, antes de que mis ojos explotaran sobre sus pies descalzos.

Claroscuridad interior (Alicia Jurado)

La noche apuñaló al Sol y el cielo se tiñó de rojo. Un intenso rojo salpicado de amarillo y azul. La Luna se esforzaba por hacerse visible, ante la cabezonería del Astro que, herido de muerte, se resistía a sucumbir al oscuro crepúsculo de estrellas fugaces que surcaron el tapete negro azulado divino extendido por un manto invisible de fenómenos cósmicos. No había nada que hacer. El Rey caía con precisa lentitud a favor de las tinieblas. Pequeños puntos blancos se adueñaron del puesto de mando. Con un último coletazo, el esclavo de Apolo se fue. Su hermanastra surgió tras una sucia nube. Plena. Poderosa. Extraordinariamente bella. Su pálida luz iluminó débilmente la calle, creando un fantasmagórico y excitante efecto de luces y sombras. Dueña de la noche. Diosa nocturna. Inexpugnable. Preciosa. El ojo del Universo.

Albino.
Cautivador
Azulado.
Único.

Bonito. Simplemente bonito.

miércoles, 16 de junio de 2010

Igual no somos tan diferentes como crees (Macarena Madrero)

¿No se asemeja el dos a una serpiente?

Si no dependes de ti únicamente,
dependes de alguien,

de la fugacidad de la mente humana,
de los antojos de un déspota
que en su día fue Romeo.

Retorcida ella, recubierta por la fría piel,
ojos viperinos,
egoístas,
el ratón a merced del verdugo,

¿Y si corre?

¿Puede correr?

¿Quiere correr?

Nada más sin ti (Macarena Madrero)

Y el poeta se quedó solo,
reclinado dulcemente en la costumbre,

y el silencio llegó
lejos ya de los aplausos de la gente,
para oírse mejor.

Inhaló para sentirse vivo,

y supo que no había más vida que él.

Incoherencias (Macarena Madrero)

Regalarte el poema más bonito,
el más delicado ,
cuya lectura acariciase tu rostro,
tu alma, tu piel,
rozar con sílabas tu boca,
con sílabas , ya que no te tengo,
ya que no estás aquí ahora.

Busco en las palabras el consuelo,
busco el presente más humilde y desnudo
para ti,
para ti.

Un montón de líneas,
que en nada expresan lo que siento,
torpes las palabras,
ebria mi consciencia,
y tras todo eso,
tras el telón que se corre con el pasar de los días,

tu perfecto rostro,
tus ojos,

tus ojos.

Fricandó con bolets (Macarena Madrero)

Fría , calculadora en métrico asalto al corazón,
cual débil sombra de la noche en azogue,
amnistía es carne del pasado, inconutto,
en tus ojos veo el infierno encarnado,
y en la noche...una vez más algo suena.

Un rey muerto de corona desterrado,
al olvido, la vergüenza y la miseria,
que no en manos de Nerón ardió Roma,
que el imperio ya estaba corrompido,
de caprichos de un un loco, de piel blanca
y pechos como racimos,
de uva añeja hoy en tala,

y la noche a todos nos amarga

martes, 15 de junio de 2010

Diario de Cuenca (Guillem Planas)

Se trastornó el hombre al comprobar que realmente había extraviado su brazo. No se percató hasta que una niña de pelo rubio con vestido azul le señaló y gritó: ¡Mira mamá, un hombre sin brazo! Ante la repentina reacción del afectado varios de los presentes le ofrecieron el suyo en un gran acto de altruismo que acabó con una gran donación de extremidades para prevenir casos futuros.

Ayuda humanitaria (Guillem Planas)

... concuerdo con usted en que las perspectivas que se tienen sobre la coincidencia del supuesto asunto con lo relativo a esta catástrofe, deberían ser valoradas según o sobre la base de que las supuestas perspectivas coincidan con los Intereses relativos que se puedan dar en esta catástrofe...

¿Día horribilis o afortunatis? (José Antonio Fernández)

Mail Verídico.

Hola, por hoy ya he cumplido el cupo de acontecimientos peculiares.

Ayer desempolvé (literalmente) mi bici, aparejo que no utilizaba en bastantes años. Esta mañana a eso de las 6 y pico me he levantado, he tomado un ligero desayuno y he cogido el susodicho medio de locomoción. Debajo del asiento llevo la típica bolsita para guardar la recámara de una rueda por si sucediese un muy hipotético pinchazo y alguna que otra llave bastante inútil.

La bolsita va con dos cremalleras y no ocupa gran cosa por lo que es bastante útil. Cuando iba a salir he sacado la recámara y he aprovechado el hueco para la cartera, el móvil, las llaves de casa y del coche. Total, pensándolo bien, un pinchazo es relativamente muy improbable...

Aunque dicen que si vas todo el rato por un camino de piedras, la entropía tiende a hacerse más factible.

Desde luego..., ¡qué previsible eres!, pues no, no he pinchado so listo.

He ido por el camino del río y he llegado bastante más lejos que el puente del primer avituallamiento, me ha amanecido y aquello parecía ya las ramblas de los ciclistas profesionales, todos con sus maillots último modelo, gafas, cascos multicolores, zapatillas especiales, barritas energéticas, mochilas ergonómicas... digamos que yo, en cambio, iba de mí mismo.

Cuando me he hartado, pues, eso, media vuelta y pa casa.

Pero he aquí mi sorpresa que un par de kilómetros antes de llegar a Ripollet, noto el pedal derecho algo raro, pero, como no soy muy hipocondríaco, ni lo he mirado, hasta que al final, aquello ya tenía pinta de ir bastante chungo. Me he bajado, lo he mirado, y, después de un análisis en profundidad, lo he sentenciado si algún manitas no intentaba arreglarlo cuanto antes. Entonces he pensado en alguna de las llaves que llevaba debajo del sillín y ¡OH SORPRESA! me he encontrado la cartera colgando. Tras unos segundos mirando aquello, tiempo durante el cual mi cerebro me estaba diciendo que aquello ni era normal ni podía ser representativo de nada bueno, he pensado en el móvil y las llaves.

Aquí si que tienes razón... ni rastro.

Oh! que elección más dubitativa, ir para atrás a ver si, por una casualidad del cielo, los encontraba antes que cualquier otro ser sin escrúpulos o ir para adelante para llegar a casa y llamarme a mi propio móvil para intentar conseguir que dicho ser se compadeciese de mí.

Tras un rápido raciocinio de la sociedad en qué vivimos... he tirado para atrás...

Pero aquello no aparecia, y vete tú a saber en qué sitio podía haberlo perdido. Volví a pasar aquel puente de madera tan majo y comprendí que ni iba a encontrar nada ni el pedal aguantaría mucho más. Decidí encaramarme hacia casa para probar la otra opción y sí, tenía razón... en lo del pedal.

Nada más girar, crashssss. Casi me espiño. Pues ya me ves tú desandando el camino hecho y más lejos de casita de lo que me gustaría. Volviendo a mirar de un lado a otro, con el pedal en el bolsillo. Con unas pintas como las mías y andando con una bici sin pedal...

No veas la de gente que llega a pasar un domingo por ese camino, en bici, en moto, andando, corriendo...

Pero bueno, no hay mal que por bien no venga... Poco antes de llegar a Ripollet, me encuentro con un hombre y dos mujeres. Viéndome como iba y como miraba ansiosamente el camino, me preguntan si había perdido algo...

-Pues sí, un móvil y una llaves.
-Pues ya no los busques más.

Y me los saca de su bolsillo... Porque estaba la bici entre nosotros, que si no me arreo a darle besos.

Y sabes lo curioso... que si no se me hubiera roto el pedal, hubiera ido más rápido a casa, no me hubieran preguntado y no habría, al menos tan rápido, encontrado mis dos pequeños tesoros.

Los caminos del Señor son inescrutables.

Amén.


Por cierto después de dicha paliza física y psicológica he cumplido una promesa hecha el día anterior y me ido con mi perro a lo alto del pico del Atlas.

Después una duchita y como nuevo. Disculpa el rollo, pero es pa haberlo vivio. Por cierto, casi me quedo sin gasolina tras irme a la montaña, pero eso ya entra en otro capítulo.

Nos vemos.

lunes, 14 de junio de 2010

Perogrullada 2 (David Ramos)

El velo que se adueña poco a poco de nuestras miradas resulta tan fino y difuminado que nos impide identificarlo. Es incluso, paradójicamente, la fuente vital de numerosas personas para lograr sacar un sentido a sus vidas.
¿Existe realmente un TODO, o hay diferentes verdades, diferentes vertientes, diferentes existencias?
¿Qué hay tras lo que desconocemos?
Religión, política, cultura. Diferentes concepciones en busca de una motivación, expectativas.
Traspasar el círculo que nos envuelve supone la más terrible de las frustraciones. La apatía que produce la desesperanza. La conciencia del que no es capaz de ver el bosque que hay tras el árbol.

Pues este bosque, no existe.

Perogrullada (David Ramos)

Nuestras creencias no son subyacentes de caer en los parámetros que circundan realidad y fantasía. Las alegorías son un punto de inflexión entre ambos estamentos, dado que su marcado carácter poético y/o épico-lírico no hace sino encerrar un fenómeno acontecido dentro de una dimensión concreta de valores subjetivos. Así pues, nuestros sentidos no captan todo lo que intentamos definir como realidad. Dragones, extraterrestres, hadas o unicornios, no dejan de ser reales en las mentes infantiles. Es la evolución del Individuo lo que produce una evaluación de acontecimientos que crea una diferenciación, bajo influencia socio-tradicionalista, que se mantiene de por vida, apagando la Realidad en un Mundo superfluo de anales histórico-científicos.

Alguien dijo una vez: “La Fantasía y la Realidad son ejemplificables en una caña de cerveza: La espuma refleja la Fantasía, la cerveza, la Realidad. A simple vista se ve que la cantidad de espuma es menor que la de cerveza; lo primero que desgastas es la espuma, al igual que cuando somos niños, la Fantasía es nuestro primer mundo. A medida que la espuma se agota (el niño crece) entramos en contacto con la cerveza (Realidad). Su amargura es equiparable a la monótona vida cotidiana. Mas, al final de la cerveza, si se es asiduo a su consumo (como somos asiduos a la Realidad) sabe agradablemente, produciendo su abuso extravagantes arrebatos de locura (¿stress?) y alegría (¿drogas?). Así, desconfiamos de una cerveza que no tenga espuma, y nos negamos, en circunstancias normales, a bebérnosla. De igual modo la Fantasía es necesaria a la Realidad, pues, primero, nos conduce a ella, segundo, nos la hace en apariencia más sobrellevable, y, en tercero, nos permite “volvernos locos” para escapar de la rutina asfixiante.”

Tripear (Sergio Bueno)

Un plátano azul emerge de una cascada de rizos multicolores. Una gaviota se come una montaña mientras arrastra un oso entre sus plumas.
El mar corta los huesos. Nacen y mueren serpientes de miel y naranja. Nieva fuego líquido de un agujero sin brillo. Los ojos cerrados del amanecer fluyen nauseabundos entre muñones y cuadros.
Una peluca blanca. Siento dientes sobre mi alma y mis piernas.
Susurros afloran entre vallas encaladas. Pómulos hechos jirones se abalanzan sobre los niños.
Viajo sin timón y sin velas, a bordo de una avellana y con una piña por mástil. La brújula marca la fecha. La luz sirve de falso camino.
Lentes me observan por encima de las rodillas. Una plancha me prepara un suntuoso banquete de perejil y consomé. La quijada de un asno me sonríe sarcásticamente. Los puntos de mi frente se desmembran, escupiendo batido de fresa por doquier.
Fantasías bisexuales ocupan el ocio de reverendos. Los monaguillos sufren gonorrea en aras del placer ajeno. “Amarás al prójimo como a ti mismo”.
Todo...
Todo...
Todo.

domingo, 13 de junio de 2010

Penne rigate (Iker Oiarzabal)

Ahí estaba yo. Junto con mis hermanos pasando las vacaciones en un balneario.
El viaje había sido horrible: apretujados en un estrechísimo vagón que daba increíbles bandazos en todas direcciones.
Llegamos molidos hasta los huesos, pero, afortunadamente, nos esperaba una estupenda sesión de baño termal. Nos pusieron laurel, algo de ajo y una extraña sal de baño. El agua hervía cuando nos sacaron. Para secarnos usaron un curioso e ingenioso aparato lleno de pequeños agujeros por los que se escurría toda el agua que nos cubría.
Después tuvimos baño de lodo. Era un barro peculiar, de un tono rojo sanguinolento. Tenía muchos grumos y deformaciones e incluso sabía bien.
Nos dividieron en estancias más reducidas y me dispuse a dormir. Pero, al poco, sentí como alguien me punzaba fuerte junto a algunos de mis compañeros de habitación. Me vi atrapado por cuatro fuertes púas que me dirigían hacia una enorme abertura donde no se veía luz alguna. Una fuerza desconocida me empujó hacia abajo, por un estrecho canal. Caí de golpe en un gran espacio cerrado y blando. Aturdido y dolorido intenté moverme, pero el terreno era demasiado irregular y fofo, por lo que me hundía constantemente.
Opté por descansar, sin lograrlo pues no mucho después aparecieron unos extraños seres sumergidos en un líquido viscoso, del que salían rarísimos sonidos desquiciantes. Se abalanzaron sobre mí y me cubrieron por completo. Perdí la sensación de tiempo. Cuando volví a la consciencia estaba resbalando por otro canal un poco más ancho. Finalmente vi la luz. Caí de golpe en una charca de agua sucia y maloliente. Una descarga de agua limpia me empujó de nuevo hacia abajo por nuevos canales más resistentes hasta que fui a parar a una enorme masa de agua espumosa. Floté y floté por esta masa hasta que cedió su ritmo. Súbitamente, se produjo un cambio en su sabor. Pasó de la insipidez a una fuerte y desagradable sensación de arcada. No podía tragarla, pues me moría de asco.

Aún sigo flotando en esta masa, sin saber exactamente donde estoy.

Jerry Lee (Raúl Urbizu)

Multitud de dientes blancos y negros escupieron produciendo un aura de armonía auditiva.
Arriba y abajo, eran empujadas con suave rapidez. En un compás preestablecido por mentes privilegiadas años ha.
Los movimientos iban aumentando progresivamente, acelerándose. Sudor en forma de gotas humedecía las encías. Tensión.
Energía. Furia.
Golpeando salvajemente.
Finalmente, un brusco sonido seguido de silencio indeseado. Rabia.
Un diente roto.
Y sangre del agresor cubriéndolo.

Un instante, cuatro vidas (Sandra del Bosque)

Una vez dentro, buscó sitio. Tuvo suerte.
Miraba distraídamente por la ventana: gente, oscuridad, más gente, más oscuridad... Al girar la cabeza vio a una mujer embarazada. Debía estar de unos ocho meses. ¿Debería cederle el sitio? Quizá.
Al salir de la estación, llamó a un taxi. Medio camino en metro, medio camino en taxi. Cada día para ir al trabajo repetía el proceso. Lo más sorprendente era que nunca se había detenido a pensar por qué lo hacía, simplemente se había acostumbrado a hacerlo. No había ninguna otra razón.
La puerta del vestuario estaba abierta y la luz iluminaba el interior. Odiaba el invierno: frío, la luna presente aún siendo las siete de la mañana, esclavitud horaria... Se cambió con desgana, asqueado y comenzó la jornada.

Una vez dentro, buscó sitio. Tuvo suerte.
Miraba distraídamente por la ventana: gente, oscuridad, más gente, más oscuridad... Al girar la cabeza vio a un hombre con muletas. Parecía cansado y respiraba con dificultad. ¿Debería cederle el sitio? Quizá.
Al salir de la estación, emprendió el camino calle abajo. La monotonía la agobiaba. Cada día para ir al trabajo repetía el proceso. Se veía obligada a ello, si quería seguir manteniendo su ritmo de vida. Recordar que venía de buena familia le arañaba las entrañas. Prefería trabajar a depender. No había ninguna otra razón.
La puerta del vestuario estaba abierta y la luz iluminaba el interior. Odiaba el invierno: frío, la luna presente aún siendo las siete de la mañana, esclavitud horaria... Se cambió con desgana, asqueada y comenzó la jornada.

Una vez dentro, buscó sitio. No tuvo suerte.
Miraba distraídamente los rótulos del vagón: academias de idiomas, estudios de fotografía, estrenos de cine... Al girar la cabeza hacia el frente vio a un hombre joven que la miraba de reojo. Quizá dudaba si cederle o no su asiento. Una barriga de ocho meses imponía mucho.
Al salir de la estación, compró un par de cupones “por si toca”. Andó calle arriba, hacia la clínica sin excesivo entusiasmo. Estaba cansada de tantas revisiones, ¡y a estas horas! Ansiaba que llegara el día en que se viera libre de tanta carga y pudiera dedicarse plenamente al cuidado de su niña, de Siona.
Pensando en esto, recobró el ánimo y aceleró el paso, dentro de sus posibilidades, alegremente. Iba a ser un buen día.

Una vez dentro, buscó sitio. No tuvo suerte.
Miraba distraídamente los rótulos del vagón: estrenos de cine, estudios de fotografía, academias de idiomas... Al girar la cabeza hacia el frente vio a una mujer que le miraba de reojo. Quizá dudaba si cederle o no su asiento. Las muletas la debían turbar.
Al salir de la estación, se sentó en un banco. Estaba agotado. Incluso respiraba con dificultad. Todavía no se había acostumbrado a su nueva situación. En su consciencia se repetía “¿por qué a mí?”. “¿Por qué tuve que pagar yo las imprudencias de los demás?”. Habían sido unos meses muy duros: pruebas, operaciones, curas... Y, finalmente ¡la gran noticia!
Se levantó resoplando. Aún tenía camino que recorrer.

miércoles, 9 de junio de 2010

Un comienzo nada prometedor (Roberto Gamos)

El camino era lo suficientemente estrecho como para resultar inquietante.
Avanzó vacilante por entre los extraños ladrillos rojos, que se coagulaban a su paso. Era como andar sobre una cama de agua.
Se sentía vagamente inquieto. A fin de cuentas era la primera vez. Y no estaba solo. Cientos, miles, cientos de miles de compañeros seguían el mismo camino. Todos ansiaban el máximo premio.
Avanzaban deprisa, como si el tiempo fuera a exterminarlos; pero no se sentía impaciente.
Finalmente, allí a lo lejos, lo vio. Una esfera perfecta, sin más fisuras que la que permitía llegar al paraíso.
Se acercó, cauteloso, cansino... Recorrió la superficie de la esfera, palpándola con delicadeza. Súbitamente algo atrapó su cabeza. Algo, una fuerza inusitada le arrastraba hacia el interior con tanta energía que no pudo más que dejarse llevar, atraído por una mezcolanza de temor, curiosidad y éxtasis.

El bucle digestivo (Guillem Cabanyes)

Las manzanas se agolpan en torno a las cucharillas de postre que, alineadas en formación de a dos, ejecutan movimientos tácticos rodeando, sitiando a las natillas que, en un desesperado anhelo por vivir, se aferran a los higaditos de pollo mientras éstos escupen bilis mal lavada sobre los macarrones a la napolitana, la cual huye despavorida, derribando soufflé y caviar, que tizna a la tortilla y se sumerge en el brandy contaminándolo y haciéndole vomitar fuego líquido que abrasa azúcar, miel, langostas y ternera, los cuales cabreados, forman un corrillo traidor, abalanzándose sin piedad sobre las tiernas y esponjosas costillas de cordero, cuyo grito desgarrado de angustia revienta la resistencia de la merluza que, rabiando de dolor, acuchilla al rape que, agonizando suplica al conejo que le remate, accediendo éste, pero errando el tiro que se termina alojando en la piel del plátano, que herida de muerte, cae al vacío, justo delante de las ancas de rana cuyo grito denota un cruel costalazo, no contra el suelo sin embargo, sino contra las afiladas pinzas del salvaje centollo, cuyos ojos sin vida brillan de satisfacción mientras se come la mitad de su víctima, vertiendo el resto al lado de una asqueada zanahoria, que, compungida, vuelve la cabeza hacia un lado, chocando cómicamente con los cuernos de un ciervo aún sangrante que balbucea incomprensiblemente sobre nubes de algodón dulce que campean sobre un cielo chocolateado a la luz de un Sol de cereza zambullido en licor de las manzanas que se agolpan en torno a las cucharillas de postre, que, alineadas en formación de a dos...

lunes, 7 de junio de 2010

La sencillez de un miedo particular (Saray Ortín)

Bésame.
Pégame.
Escúpeme.
Abrázame.

Hiéreme, ámame, patéame, acaríciame, insúltame, rózame, siénteme, recházame, galópame, muérdeme, aráñame,

volemos, cantemos, soñemos, aunemos, creamos, recemos, sacrifiquemos, montemos, caminemos, toquemos, iluminemos,
vuélame, cántame, suéñame, aúname, créeme, rézame, sacrifícame, móntame, camíname, tócame, ilumíname,

hiramos, amemos, pateemos, acariciemos, insultemos, rocemos, sintamos, rechacemos, galopemos, mordamos, arañemos,

abracémonos.
Escupámonos.
Peguémonos.
Besémonos.

Pero, por favor,
por lo que más quieras,
deja de mirarme

así.

M, de música (Ricardo Ruiz)

Veo una guitarra eléctrica que se hunde en el mar. Un águila clava sus garras en la Esfera, mientras las arrugas psíquicas aparecen en mi frente, salpicadas de sentidos junto a un Cadillac. Los Santos avanzan en alegre funeral. ¿Qué vas a ahcer con tu amor? África bulle de sentimientos junto a una Europa descendente, nula. ¿Me quieres? Vadeo pues la vida desde mi rota garganta mientras el Sexo se adueña de la mía. Asia es amor de mujer. Quizá me siento bien, pero el suicidio acompañado desencadena mi memoria. ¡Qué calor hace en clase! La locura tiene tu nombre. Sé bueno. El tambor suena, canto de felicidad ¿pasajera? Quizá. Música, con M. La magia hace gala de tus pequeñas acciones. El sombrero cae de tu cabeza, con ayuda de tus amigos. Quiero ser libre, y lo seré, aunque busques oscuros portales donde saltar con litros de alcohol en las venas, hacia el destrozo del corazón. El polvo se agolpa en mi camino hacia un camaleónico espíritu. Te llevó una bella extranjera a bordo de gaviotas, dejando huellas en el mar. Te compré un pastel lleno de satisfacción. Me devolviste un inseguro puente que se derrumbó sobre las aguas turbulentas de la magia negra de la mujer. Una mariposa férrea sobrevuela las puertas de un jardín secreto que no tiene fronteras. No me arrepiento de lo de ayer. Fue la segunda canción, teníamos tal vez ¿quince años? Jaén bullía de patriotismo revolucionario.
Duerme, te traeré lindas cosas: caballos azules, rosas del mar, fruta de sangre asfaltada... y mi cabeza.


Homenaje a aquellos que nunca son escuchados

A lo largo de los años, distintos personajes y personajas que he ido conociendo me han ido enviando multitud de cuentos y/o simples escritos, que, con toda probabilidad, nunca serán publicados. Supongo que mi capacidad innata para hablar poco y escuchar mucho, les ha abierto una puerta a la confidencia, que nunca pretendí que existiera.

Pertenecen a personas que no son conscientes del hecho de que no saben escribir, o, por el contrario, son demasiado conscientes de ello y, a su pesar, no dejan de esforzarse por sacar a la luz aquellos pensamientos, profundos o no, que les embotan el cerebelo.

Ya que soy amigo perenne de las causas perdidas, durante los próximos días intentaré ejercer como cicerone de estos "artistas del hambre" (que diría ese adalid de la esperanza que era el amigo Frank) publicando todo los cuentos que conservo.

Al igual que en un viaje lo importante no es el destino, sino el recorrido, espero y deseo que todos aquellos/as amigos/as, o que lo fueron en su día, encuentren en este blog ese pedazo de reconocimiento a que todo cabestro tiene derecho una vez en su vida, aún cuando nunca hayan podido alcanzar la meta fijada.

Todo aquél/lla que tenga los arrestos de intentar escribir y que nunca llegue a conseguir notoriedad, se merece el mayor de los apoyos y ensalzamiento de que seamos capaces. De este modo, al menos, no nos sentiremos demasiado mal cuando triunfen Dan Brown's y Ruiz Zafones del tres al cuarto (por poner un par de ejemplos explícitos).

Sin más, espero que, los que tengáis un rato, encontréis a lo largo de estos escritos una forma nueva de disfrutar con la literatura (si es que se le puede llamar así) más simple y de menor calidad que veréis jamás, pero, a la vez, la más voluntariosa, menos pretenciosa y más sincera.

Bon appetit!