lunes, 21 de junio de 2010

Cruel infidelidad (Rubén Zamora)

El chirrido de la puerta le produjo un escalofrío que le llegó hasta la médula. No se atrevió a chillar. Ni siquiera a hablar. Le costaba esfuerzo respirar. Solo en esa casucha destartalada. Indefenso. Empotrado en una cama que odiaba desde niño. Esperó. Un leve ruido, breve pero claro, aumentó su tensión. Sus músculos se contraían violentamente. Sus ojos perseguían con ávida angustia cada oscuro rincón de la habitación. Nada. Ni una sombra, ni una mínima silueta delatora. Sabía que no estaba solo. Un suave golpe le dirigió la mirada a la puerta. Alguien estaba entrando. Nada a mano para defenderse. Un nuevo golpe avisó de la intrusa entrada. El miedo le impedía hablar. Unas cuidadas manos se enfundaron en unos lujosos guantes de terciopelo negro y gris. Unas manos pequeñas. Unas uñas suficientemente largas como para delatar la feminidad de la poseedora. Un suave alambre apareció entre el terciopelo encubridor. Un alambre sabiamente tensado. Un alambre que se acercaba más y más. Que se enrolló a su cuello. Que se aplastó con furia contra su piel. Una piel que no tardó en enrojecerse. Una rojez que no tardó en convertirse en líquida. El dolor era insoportable. Movía las manos en desesperados intentos por salvar la vida. Un brusco ademán despejó a la intrusa de su protección facial. Unos bonitos ojos azules, entrecubiertos por un voluminoso cabello castaño. Unos ojos fríos. Que no demostraron sorpresa, sino furia. Una leve torsión de la boca que acompañaba a esos ojos le indicó que todo había acabado. Un único pensamiento afloró en su cabeza. Un último aliento. Una pregunta. ¿Por qué? Una pregunta que se repetía, mientras un charco de sangre cubría el lecho.

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